El enoturismo o tiene alma o no es nada

NAPA337

Enoturismo, turismo del vino, enocultura… Lo del término, siendo importante, al final, es lo de menos. Porque lo determinante -como en tantas otras cosas- es cómo se lleve a cabo. Y aquí la palabra mágica es alma, entendida como la capacidad para transmitir lo atractivo que es el mundo del vino en general. Que sí, que hay que hablar de las maravillosas viñas, de lo increíble de la bodega, de lo cuidado del proceso, de la calidad de las barricas… Sí, pero hay que contar una historia que atrape, hay que narrar para transformar la visita en una experiencia para el recuerdo. Sí, sé que está muy trilladita la expresión, pero es que sigue siendo muy válida.

A lo largo de mi vida he visitado muchas bodegas y de muchos países. He podido contemplar espectaculares viñedos y pequeños jardines con uvas; grandiosos edificios y pequeños lagares; enormes salas de fermentación y garajes impolutos; salas de barricas como catedrales y cuatro paredes de cemento con unos pocos fudres… Pero el recuerdo, eso que perdura, lo tengo de cómo me lo contaron. Si me sorprendieron, si consiguieron que el tiempo se convirtiera en fugaz, si lograron que me llevara su compañía en forma de botellas de vino para rememorarlo más tarde en compañía de otros.

Como en todo lo que se pone de moda o en lo que supone un nuevo nicho económico, los teóricos de todo y conocedores de nada, se han bregado en definir, conceptualizar, analizar, programar, tipificar… el turismo del vino. Y se han olvidado de lo más importante: que el objetivo del visitante es, sobre otras muchas cosas, disfrutar y extraer experiencias para poder contarlas. ¿Se puede desaprovechar esto?

Porque no existe una tipología del visitante y menos de las bodegas visitables. Hay cientos. Pero todos los turistas -porque al final es lo que son- y cada uno, se unifican en sus ganas de pasarlo bien, de que le cuenten con trato cercano pero profesional, con sapiencia pero humildad, con familiaridad pero con respeto. Fácil, ¿verdad?

En los tiempos que vivimos, desarrollar enoturismo en toda su extensión, supone una responsabilidad añadida. Porque, posiblemente, con la crisis de consumo que estamos soportando, el enoturismo se haya convertido en el mejor profeta del vino y sus muchas virtudes. No hay excusas ni atajos: hay que hacerlo bien. Muy bien.

Lo fundamental es que al final, aunque busquemos complicarnos la vida todo lo que queramos, se trata ‘simplemente’ de turismo y vino. Y, como en todo lo que se mezclen placeres, lo mas importante es la compañía. Que nos quede claro, si lo hacemos bien, no hay espacio para la competencia, porque habremos captado un nuevo aficionado al vino, que querrá conocer más bodegas y probar más vinos diferentes.

En Napa, esa Meca del turismo del vino tan peculiar, hay una máxima que dice que el turista se acerca a la bodega saludándote con la mano y se debe despedir con dos besos o un fuerte abrazo. Simplista, pero eficaz.

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